Blas Jesús Muñoz. Golpe tras golpe, caricatura tras caricatura, pintada tras pintada, los actos van aumentando en frecuencia hasta que, probablemente, alcancen una cotidianidad que veremos natural o que albergará una habitual beligerancia. Pues la respuesta, tarde o temprano, llegará y -no duden jamás de esto- el culpable, la presa del escarnio, será el que responda a la provocación.
Al que provoca, al que pinta la pared de un templo, al que le grita a una Imagen, al que se le ocurre ponerle a un Cristo la cabeza de un toro, al que se lleva las manos a la cabeza porque en una cafetería huela a incienso y haya una Virgen, al que considera atentados contra la laicidad del estado que haya procesiones infantiles, la participación en ceremonias de besamanos o besapiés, la visita a iglesias para ver los pasos de Semana Santa, o la participación de los alumnos en actividades de manualidades como preparar fichas relacionadas con la Semana Santa o colaborar en la creación de tronos... Con ellos nunca parece pasar nada.
Con los que cometen la falta, nada ocurre porque no se les suele identificar. Con los puristas, los limpios de corazón de lo laico, se les protege y da voz porque interesa. Igual que interesa dar a los cofrades palmadas en la espalda que duelen como dagas, desde determinadas instituciones. Esas mismas por las que, algunos de esos cofrades, sacan pecho y se parten la piel. En fin...
No voy a decir más dónde buscar o qué hacer. Si parecemos tontos, igual es que lo somos y hacemos de la imbecilidad nuestra mejor bandera. Sin embargo, a horas de una nueva Semana Santa, piensen que puede que se acabe y -sin habernos ni enterado- hayamos sido parte de una guerra que quisimos ignorar (pero si un bando combate, el otro o lucha o cae) y en la que, al ponernos de perfil, dejamos el camino ancho a quienes nos querían quitar lo que es nuestro. Decidan ustedes.