Blas Jesús Muñoz. Pocos días contemplan en la ciudad una actividad tan intensa como reflexiva. Pocos días hay tantos actos de culto, donde uno tiene que elegir, a dónde acudir, qué ver, pero en los que sabe y tiene la certeza rotunda de qué va a sentir el verdadero pulso de la Fe de su ciudad.
Por la mañana, las procesiones de muchos colegios sorprendieron a quienes nos cruzamos con alguna. Fue como recuperar la emoción que solo posee la infancia, aunque haya quien se empeñe en tildarlas de innecesarias. Quizá, sean los mismos que aplauden la celebración de fiestas importadas y nunca comprenderán que, al menos la Semana Santa, sigue siendo nuestra, del pueblo, de la gente, de la calle.
El sol entregó a la ciudad la vida. Y el azul del cielo sirvió de palio a nuestros pasos. Uno no puede negar las emociones reencontradas y así fuimos a felicitar, con la mirada del niño que es, a la Señora. Besamos la mano de la Paz y recorrimos cuanto pudimos de la ciudad que hoy, de alguna manera, se asemeja en cierta medida a cuanto fue.
El Viernes de Dolores empieza y acaba todo. Caía la noche por Roelas y los Trinitarios, Marcos ya dormía. Su respiración era acompasada, tras las horas de miradas sorprendidas ante cuanto veía por primera vez. Me pregunté, tan infantil como antaño, por qué cada viernes no es como éste.
Recordatorio Verde Esperanza: Viernes de Dolores... Primavera