Muchas veces los cofrades cordobeses que aún no peinamos canas nos cuestionamos las razones por las que la Semana Santa de Córdoba es como es. Continuamente se entremezclan y contraponen discursos que defienden un divinizado estilo cordobés que habla de un idílico pero con frecuencia irreal pasado dorado de nuestro movimiento cofrade, con la sensación de siglos de retraso respecto a otras poblaciones andaluzas.
Iniciamos una serie de documentos explicativos extraídos de distintas fuentes que pretenden, si no explicar en toda su extensión, al menos aportar elementos que han influido en nuestra realidad cofrade actual. Es fundamental conocer de dónde venimos para valorar en toda su dimensión nuestro presente y a los que con su titánico esfuerzo han situado a la Semana Santa de Córdoba en un lugar de respeto y privilegio impensable hace sólo unas décadas.
Antiguas costumbres populares de la Semana Santa de Córdoba
En poco
más de medio siglo han evolucionado de una forma radical las costumbres populares
que estaban muy arraigadas en el espíritu del pueblo cordobés en lo que se
refiere a la Semana
Santa. Hace sólo unas pocas décadas se tenía otro concepto de
lo que era la devoción y celebración en estos días sacros.
Se
enumeran a continuación algunas de esas costumbres que se han ido perdiendo por
muy diversos motivos, casi todos, relacionados por los cambios que la misma
sociedad ha experimentado y por la incorporación a los desfiles procesionales
de numerosas cofradías, muchas de ellas, con aires de renovación.
Así por
ejemplo, el Jueves Santo, en los barrios populares los vecinos alzaban altares
domésticos de Semana Santa ante los cuales se velaba al Señor en la noche de su
Pasión. En todos los barrios de Córdoba había altares, expuestos en casas o
rejas que daban a la calle donde se podían contemplar. Era costumbre salir
el Jueves Santo y noche del Viernes Santo, para visitarlos. Entre
ellos, no faltaban los cantaores de saetas, que se detenían para cantar con
profunda emoción a las pequeñas imágenes de los Crucificados o Dolorosas.
Otra
peculiaridad de aquellas jornadas cumbres de la Semana Mayor de
Córdoba, era la prohibición de vender bebidas alcohólicas. A tal efecto se
ordenaba el cierre de las tabernas y demás establecimientos. Este cierre apenas
si surtía efecto. Porque en tanto se cerraba la puerta principal, se
dejaba entornado un postiguillo o entrada secundaria por donde la clientela
salía y entraba con discreción. Siempre existió la picaresca frente a las
prohibiciones con la vista gorda de las autoridades. Con esta medida se
quería restringir, por lo menos, el abuso de las bebidas en esos días tan señalados de recogimiento y dolor por la
muerte del Redentor.
En este
orden estaba incluido el que se empañaran las cristaleras de los ventanales de
los cafés y casinos que daban a la calle, para impedir que la clientela
distrajera a las gentes que pasaban para visitar los sagrarios de las iglesias.
El motivo también era para no dar un signo de divertimento ajeno aquellos días
de ayuno y penitencia. Con el transcurso del tiempo esta costumbre secular se
perdió y hoy las tabernas, bares y cafés son lugar de encuentro donde se espera
la llegada de las procesiones.
Lo
verdaderamente tradicional en esa jornada cumbre de la Semana Santa , era la
visita a los sagrarios. El ver a las mujeres con su mantilla negra y los
hombres con el traje igualmente negro acompañándolas, era todo un espectáculo.
Una visión sugestiva y bella que se ha ido perdiendo, ya que actualmente
únicamente se suelen ver mujeres portando la mantilla detrás de los pasos
procesionales.
Existía
una costumbre el Sábado Santo que movilizaba a toda la chiquillada de la
ciudad; anunciar la
Resurrección del Señor mediante un ruido estruendoso y
descomunal producido por el arrastre de todo tipo de utensilios metálicos.
El
Domingo de Resurrección en algunos barrios populares, los vecinos hacían un
muñeco de trapo que solían vestirlo de una forma estrafalaria pintarle la cara
de demonio, en referencia a Judas el discípulo
traidor de Jesús. Lo manteaban, lo abucheaban y le cantaban
coplillas picantes hasta que no quedaba rastro del mismo. En este acto
participaban desde los niños hasta los más ancianos del lugar.
Una
costumbre muy introducida entre los hombres cordobeses era el marcharse sin la
familia desde el Miércoles Santo hasta el Domingo de Resurrección a una finca.
Allí se recluían como si estuvieran en un permanente perol.
Algunos decían socarronamente que se iban de penitencia. La verdad era que
tenían como disciplina penitente el medio vino de Montilla y solían terminar
las tardes cantando saetas a Baco.
Muchas
de estas de costumbres eran consecuencia de que en Córdoba había poco
espíritu santero, debido principalmente a las Normas del obispo Trevilla sobre la Semana Santa de
Córdoba impuestas en 1820 y en virtud de las cuales sólo se procesionaba un día, el
Viernes Santo. Ésta fue la puntilla por la cual se perdió la tradición
cofradiera de los siglos XVII y XVIII.
En la
actualidad han desaparecido aquellas costumbres de antaño; sin embargo se le ha dado más realce a los desfiles procesionales, de forma, que
gozan del prestigio de cualquier otra capital andaluza.