Esto no le va a gustar a nadie, pero...
Ya se acerca la bendita noche de Navidad, noche en la que hemos de recibir un año más al Niño Jesús, hemos de recibirle en nuestros corazones, en nuestras casas, en nuestras almas y creemos que esta venida ha de reflejarse en nuestras vidas.
Finaliza un ciclo, el tiempo de Adviento, en latín “adventus Redemptoris”, “venida del Redentor”, primer periodo e inicio del año litúrgico cristiano, tiempo de oración y de reflexión caracterizado por ser el tiempo de esperanza y de vigilia, de espera vigilante.
Es tiempo de reflexión y vigilia. Nos rodearan los villancicos, las cenas, comidas de empresas, los amigos. Comidas y fiestas por este motivo.
Nuestro portal de Belén, el alumbrado de colorines de miles de bombillas intermitentes, los escaparates llenos de regalos, joyas, perfumes, relojes, ropas y complementos, en fin, un interminable etc. Millones de cosas que nuestros comercios brindan al consumo, y que entrando por nuestros ojos, oído, por cualquier sentido, nos inundan y aturden a la realidad que nos rodea. Recuerden, es tiempo de reflexión y de vigilia.
Las calles se adornan con millones de colores en forma de bombillas, que resplandecen con destellos, cambiando de forma, cambiando de colores, en nuestras casas estaremos rodeados de los seres queridos, de las personas que amamos, de los que queremos de verdad, y así celebraremos un año más la llegada de nuestro Redentor.
Todo para celebrar el primer encuentro de la humanidad con el Rey del universo, con Dios en forma de hombre entre los hombres, en los brazos de su Inmaculada Madre la Virgen María, bajo la mirada de San José, y como no podía ser menos la humildad del recinto, calentado solamente por la presencia de un asno y un buey, primera muestra de la soberana sencillez de esta bendita familia.
Pero que nunca quiera Dios, que nos olvidemos de nuestros hermanos, que nunca quiera Dios que los brillos de esas bombillas, a miles puestas, que los escaparates llenos, el alumbrado maravilloso, que todas estas cosas nos impidan ver la realidad, la realidad de que existen personas que nada tienen, y muchas de las veces nada tienen porque el que tiene mucho le ha quitado la posibilidad de tener algo, esta cruda realidad que nos rodea, es la que no quiero que nadie me tape.
Cuando estemos cada uno en nuestra casa, rodeado de nuestras familias, con la mesa bien servida de distintos manjares, alegres celebrando la venida del Niño Jesús, en cualquier parte de nuestro barrio, en cualquier rincón de nuestra ciudad habrá alguna persona que no tendrá techo para resguardarse del frío de la noche, de la misma forma que llegó a Belén nuestro Redentor, que no disponga de nada que comer, ni beber, ni ropa que le aísle del frío. Algunos no tendrán ni siquiera el abrazo de un ser querido. La soledad, tristeza y hambre serán sus únicos compañeros en esta destacada noche, una noche para ellos como el resto de noches del año.
Y nosotros nos sentimos cristianos miembros de una hermandad, de una cofradía, ¿sólo una noche?, ¿tenemos hermanos sólo en determinadas fechas?, ¿en otras fechas estas personas dejan de ser hermanos nuestros?.
Sé bien que esto no nos va a gustar a nadie, no queremos que nadie nos señale nuestros defectos, y éste es uno, al menos mío, así lo creo yo, pero no puedo seguir sin subir el nivel de dificultad de mis preguntas, ¿campañas de caridad sólo en Navidad?, ¿y el resto del año?, ¿sólo alimentos no perecederos?, ¿es que no gustan estos hermanos de otras cosas?.
¿Qué crees que le hubiese gustado más al Niño Jesús, un trozo de tela bordado en oro o la sonrisa satisfecha de un niño y su familia durante un año?, ¿y a su Bendita Madre?.
¿Qué será mejor, un buen estreno o que nadie pase hambre en el barrio?, ¿Qué nos pediría desde su pesebre el Niño Dios, dar al que no tiene o acumular más riqueza?.
¡Es tiempo de reflexión y vigilia, Feliz Navidad!
Antonio Alcántara Zafra
Recordatorio El Viejo Costal