El pasado fin de semana, revisando las noticias cofrades de Andalucía, di con una que llamó mi atención poderosamente... "Alonso Sánchez, con tan sólo 10 años, pregonó al Patrón de su localidad, Punta Umbría...". Mis labios esbozaron una tímida sonrisa y, reconozco, que mi mente voló décadas atrás.
Poco a poco, como el capataz manda a los costaleros, en mi mente se agolpaban recuerdos de mi niñez. Una niñez, que ahora parece lejana, pero que pensándolo bien, debería evocar más a menudo.
Muchos de los que estáis leyendo estas líneas, ya me conocíais. Siempre iba con mis padres y mi hermano, a aquella casa que poseía un huerto y donde habita, Aquélla que con Paz y Humildad en su mirada, nos llenaba de Paciencia y Esperanza para afrontar nuestro sendero diario. Allí, mi familia y yo, nos reuníamos con nuestra otra familia, la cofrade, la que se puede elegir.
Recuerdo a los mayores siempre ocupados, trabajando unos con otros, siempre con una sonrisa en su cara. Mientras, los peques de la casa, jugábamos a lo que primero que se nos viniese a la cabeza o con la pastora alemana (creo recordar que se llamaba Marquesa) que habitaba en el Convento Capuchino. Esto era si se trabajaba en el cocherón o nave. Si el asunto era de flores, barras, cocina..., la cosa pintaba distinta. Nuestro escenario de juegos cambiaba.
Recuerdo a los mayores siempre ocupados, trabajando unos con otros, siempre con una sonrisa en su cara. Mientras, los peques de la casa, jugábamos a lo que primero que se nos viniese a la cabeza o con la pastora alemana (creo recordar que se llamaba Marquesa) que habitaba en el Convento Capuchino. Esto era si se trabajaba en el cocherón o nave. Si el asunto era de flores, barras, cocina..., la cosa pintaba distinta. Nuestro escenario de juegos cambiaba.
Nos tocaba quedarnos en el interior de la casa de hermandad. Para entretenernos en algo, y no diésemos mucha lata, los mayores nos mandaban a recoger cualquier cosa al exterior, ¡claro!, siempre por parejas o pequeños grupos, ¡el bullicio de la cuesta del Bailío podía atraparnos como un tornado, jejeje!
Cuando nuestro cuerpo ya no podía más o estábamos dando la lata más de lo normal, nos mandaban arriba, a ese sofá verde, que parecía agrandarse para coger a más de 5 niños con ganas de juegos, pero que al final terminaban dormidos como lirones, mientras sus progenitores, trabajaban a destajo pero sin signos de cansancio.
Crecimos unidos en Hermandad, sabiendo cual era nuestro sitio; disfrutando de nuestro tiempo; jamás intentamos ser doctores. Teníamos nuestra opinión, claro, pero éramos conscientes de nuestro lugar. Además, no queríamos correr, ya llegaría el momento de tomar decisiones, de asumir responsabilidades. Nuestro tiempo, no era aquel.
Esos niños hoy, ya somos adultos. La vida ha hecho que cada uno cojamos caminos diferentes, pero siempre podremos decir que juntos, fuimos de las últimas generaciones, por no decir la última, que crecimos en libertad, pudiendo decir lo que pensábamos sin miedo a molestar, a decir lo que pensábamos sin caer en pedanterías y sin ánimo de dárnoslo de grandes sabios cofrades.
Hay que ser conscientes que cada etapa de la vida tiene sus cosas buenas, y que no por entrar antes en una Junta de Gobierno se es mejor que nadie ni más conocedores de todo lo que rodea al mundo cofrade pero... ¡allá cada cual! Creo que para formar, hay que formarse, y que cada etapa, hay que disfrutarla al máximo.
Jóvenes, no corráis. Formarse y aprender, como debemos hacer también los menos jóvenes (y me meto aquí, porque por mi edad, en las hermandades ya no soy considerada joven). Os lo aconsejo. Las hermandades... ¡ también son cosas de niñ@s!