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lunes, 31 de marzo de 2014

Nisán: XXVII La Conversión



(…) lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Lc 23 33-34

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que Él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero Él no ha hecho nada malo". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino". Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso". Lc 23 39-43

He sido como un leño a la deriva en el río de mi existencia. En la cadencia de mi monotonía tropecé en miles de ocasiones con las piedras del sendero, empeñándome en despeñarme por el abismo de mis deseos y mis tentaciones. Y ahora, después de tantas equivocaciones, llegaste a mi ribera para hablarme de tu luz, para contarme que tu Padre es mi Padre; que como buen padre olvida los desprecios del pródigo, perdonando con una sonrisa mis culpas y mis faltas, con el infinito sacrificio que destila tu presencia en el cadalso de los pecados del universo. 

Y mi corazón envuelto en oscuridad sintió tu llamada y entendió tu mensaje… y sentí que un venero de esperanza comenzó a derramar sobre mi espíritu el néctar de la Palabra, de la contrición, de la frescura de tu Amor verdadero, y descubrí, comprendí, que Tú eres Dios. Porque sólo Dios puede indultar la lejanía de mis hechos y perdonar al mismo tiempo al verdugo que te ha golpeado… el que ha perforado tus manos y tus pies para clavarte en este madero que no mereces. Sólo Dios puede perdonar los pecados de la humanidad…

Tesoro que apaga la duda
y rinde tributo a tu herencia...
Cristo agoniza bajo la luna
siendo Rey de Perdón y Clemencia.

En verdad, hijo mío, te digo
que estarás hoy mismo conmigo,
en el Reino de los Cielos,
por haber vuelto al Camino
con tu arrepentimiento.

Y perdona Padre Eterno
el tormento que infringieron
que no saben lo que hacen;
no importa que golpeasen
si el alma no me la hirieron.


Guillermo Rodríguez


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