Blas Jesús Muñoz. Siempre se posa en la memoria colectiva el pálpito latente de la primera vez, cuando ésta ha sido vivida y compartida. Un origen macero durante las noches oscuras de otras lunas que perseveran es su profecía de inciensos y aplausos, de pasos cortos, siempre de frente, en busca de la ciudad que es destino, origen y final, necesario de sus habitantes.
Aquel primer Miércoles vio un renacer del Cristo de la Piedad, viniendo desde la lejanía a la ciudad de la que es parte y forma. Aquel esfuerzo no resultó baldío, no quedó en mero intento o en facultad de aproximación frustrada.
Ese Miércoles Santo la Hermandad de las Palmeras inscribía en Córdoba, en su Semana Santa, el nombre de los años de espera y trabajo, el nombre de los esfuerzos invisibles a la calle, el nombre de la ilusión que casi ni se susurra a la calle, el nombre del trabajo que los condujo hasta el palquillo de entrada de un itinerario que los oficializaba para siempre.