Guillermo Rodríguez. Siempre fui de aquellos cofrades jóvenes que envueltos en su esencia revolucionaria atravesaba el puente para llegar a la Calle Larga y perderme en las pupilas de la Madre de los marineros. Una rebeldía natural que me hacía despegarme de la querencia que bebí de mis mayores, la misma que apaciguaba su sed a orillas del Arco que se convierte en la Puerta del Cielo cada Madrugada, para sentir el más intenso de los latidos con cada lágrima que logra mutar la Esperanza en magia mientras Sevilla se inunda de Pureza.
No podría recordar cuál fue el instante preciso en que su luz se precipitó en mis entrañas ni qué razones motivaron que mi espíritu marinero comenzase a navegar en sueños hacia el vergel de su eterna primavera cuando la noche me encadenaba al universo de la fantasía. No hay razones para explicar qué ocurrió para que súbitamente, me sorprendiese a mí mismo caminando en sentido opuesto al rumbo que el timón de mi velero llevaba anclado en su memoria. Pero sucedió, y de repente, me hallé ante su infinita mirada y sentí cómo su esencia inundó sin previo aviso cada célula de mi ser y mi corazón se abrió de par en par y comprendí que carece de sentido renunciar a su cobijo y reclamé mi rincón de paraíso en el jardín inabarcable de su regazo de Madre.
¿Cómo tener dos Madres?, ¿cómo defender dos banderas?... Mi sentimiento sintió un arrebato de repentina locura a caballo entre la negación y la esquizofrenia contenida. ¿Era traición u olvido?, ¿Renuncia o desvarío?... Y entonces lo comprendí todo. Ella es la otra cara de la misma moneda que sustenta y consuela mi lucha cotidiana. Ella es el envés de la misma hoja que brota de mi fe profundamente asumida. Ella es la cara oculta de la misma luna que alumbró mis madrugadas a través de la ventana. Ella es el reflejo donde se refleja la Reina que reina en mi altar de cabecera. Ella es quien aferra mi mano en la tempestad, la que me ayuda a encontrar el sendero que conduce a la tierra prometida. Ella es el faro que convierte en Esperanza la ruina del navegante. Ella es María, simplemente María… mi Madre, mi verdad, mi fuerza… y la Madre de Dios... ¡Casi nada!
Fotos Benito Álvarez
Fotos Benito Álvarez