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lunes, 2 de enero de 2017

El Cristo de la Expiración y la Cofradía de San Diego


Esther Mª Ojeda. A principios del lejano siglo XVII, concretamente entre los años 1605 y 1615, se constituía una nueva cofradía en el convento franciscano de San Pedro el Real – actual Iglesia de San Francisco y San Eulogio – que tomaba para sí la advocación de San Diego y San Acacio. La recién creada hermandad se marcaba como objetivo principal destacar la figura de San Diego de Alcalá y con ello reforzar y extender la devoción hacia este importante miembro de la Iglesia, quien había residido en el Convento de San Francisco de la Arruzafa de Córdoba.

Desde sus comienzos, se dota a la corporación de un fundamento penitencial puesto que en ese período de la historia las cofradías que realizaban procesiones de disciplinantes cuentan con el favor y la aceptación de una gran parte del pueblo cordobés. En este hecho reside también la razón que explica que la hermandad escogiese una imagen pasionista como su titular que, como cabe deducir, se trataba del agonizante crucificado, de mirada elevada al cielo y marcado estilo barroco, al que ya en aquel momento se conocía bajo la advocación de Santo Cristo de la Expiración. Con él vendría marcada una intensa devoción y vida de hermandad que se consolidaba con la estación de penitencia llevada a cabo durante la Semana Santa cordobesa y en la que no faltaría la talla que representaba a San Diego de Alcalá, entre otros tantos pasos.

Con esta dinámica, la cofradía desarrollaba una intensa actividad a lo largo del siglo XVII en el que, según la documentación hallada, siempre aparecería con el título de San Diego y San Acacio de modo que no sería ya hasta el siglo XVIII cuando cobraría mayor relevancia el Cristo de la Expiración, imponiendo su advocación de forma definitiva. Dicho cambio, vendría sólidamente respaldado por la creciente veneración de la que gozaba el crucificado, alcanzando una fama especial en los aledaños de San Nicolás de la Axerquía. Ese fervor se incrementaría aún más a partir del año 1673 a raíz de unos milagros que le fueron atribuidos al Santo Cristo, como se ha podido saber gracias a la conservación de un texto en el que se narra lo siguiente:

La capilla que se sigue es de el Santo Christo de la Espiración, imagen deuotísima de talla, de estatura natural; sácase por la ciudad en la processión de el Viernes Santo y el año de mil seiscientos y setenta y tres, passando por el portillo de los Calceteros, de una ventana cayó una niña de onze años, alborotóse la gente con gritería y más viendo que forçosamente caía sobre alguna persona, inuocaron todos el socorro del Santo Christo que estaua a la vista, y la muchacha no hizo daño a alguna persona ni ella se lastimó, antes sí quedó buena y sana sin la menor lesión, dando sobre las piedras del suelo”.

Como cabe suponer por el párrafo reproducido anteriormente, la desaparecida y para muchos desconocida Cofradía de San Diego realizaba su estación de penitencia en la jornada del Viernes Santo. Sin embargo, no siempre fue así, pues esta fue una medida adoptada a partir del año 1658 – causando un conflicto de considerable magnitud con las hermandades de ese día – abandonando con ella su tradicional día de salida, que hasta ese momento había sido el Jueves Santo.

El interés de la hermandad por sumarse a las cofradías del Viernes Santo se debía a que las cofradías penitenciales pertenecientes al barrio de San Nicolás de la Axerquía llevaban a cabo sus procesiones de disciplinantes en el Jueves Santo. Es por eso que los franciscanos pretendían hacer acto de presencia en dos días tan esenciales en la Semana Santa como son tanto el Jueves como el Viernes Santo con las cofradías de la Vera Cruz y San Diego respectivamente.

Por aquellos años, los designios de la hermandad estaban regidos por adinerados y poderosos comerciantes y artesanos. Los legajos conservados han permitido conocer la identidad de algunos de los hermanos mayores que dirigieron la corporación a lo largo del tiempo. Así, se pudo revelar el nombre del orfebre Diego de Bonilla, que en 1616 era el máximo responsable de la popular Cofradía de San Diego.

Por otra parte, y al igual que ocurría con un alto porcentaje de las hermandades penitenciales cordobesas, la de San Diego y San Acacio no poseía patrimonio alguno y subsistía gracias a las cuotas de sus miembros y a los diversos donativos que los fieles iban aportando. Además, era posible conseguir ingresos adicionales cuando, en ciertas ocasiones, se pasaba la bacina para pedir limosna por las calles.

Como es posible imaginar, entre los eventos religiosos que la olvidada hermandad celebraba, la procesión de disciplinantes es especialmente digna de mención, ya que esta requería además unos preparativos previos que se llevaban a término en un cabildo cuyo único objetivo era la organización de dicha salida. Esta estaría caracterizada por la implantada estética barroca en la que reinarían la suntuosidad y solemnidad, decididamente indispensables en la forma de proceder de aquellos tiempos.

El cortejo estaría conformado por una o dos filas de penitentes con túnicas y cubrerrostros. Por supuesto, no podían faltar los imprescindibles hermanos de luz – portando cirios de cuatro pábilos – así como tampoco los de sangre, que se mezclaban con los anteriores, azotándose en la espalda con disciplinas. Aunque sea una realidad muy distinta a la de hoy en día, la principal función de los hermanos de luz no era otra que la de iluminar a los disciplinantes a lo largo del recorrido. Tras estos, el desfile quedaría cerrado por un cuantioso grupo de hermanos franciscanos del Convento de San Pedro el Real.

La Cofradía de San Diego llegaría a procesionar – por llamativo que nos pueda seguir pareciendo – con un total de hasta cinco pasos en la Semana Santa, constituyendo una secuencia que quedaría de este modo: el Santo Cristo de la Expiración, Nuestra Señora de la Estrella, San Diego de Alcalá con la cruz, San Juan Evangelista y Santa María Magdalena.

A pesar del transcurso del tiempo – que a menudo conlleva valiosas pérdidas documentales y materiales – ha sido posible encontrar la información necesaria para componer el itinerario que la corporación realizaba en esos siglos pretéritos. Este partía, evidentemente, desde la Iglesia Conventual de San Pedro el Real, continuando por la Calle de la Feria, Arquillo de Calceteros, Calle Pescadería – encaminado hacia la Catedral –, la Calle Pedregosa, Plaza de la Compañía, Arco Real y Capitulares, regresando de nuevo a su templo a través de la Calle Librería.

Como es natural, la estación de penitencia sería suspendida en determinados momentos, normalmente por las inclemencias del tiempo, aunque también, en ocasiones, quedaban prohibidas por los extremos brotes epidémicos que asolaban la población, puesto que estos representaban un riesgo de considerable magnitud, máxime teniendo en cuenta las aglomeraciones de gente que se formaban con motivo de la Semana Santa y que propiciarían el contexto perfecto para un contagio masivo.

Pasado el año 1658, como ya se ha dicho previamente, la Cofradía de San Diego comenzaría a ponerse en la calle en la tarde del Viernes Santo, una iniciativa que salió adelante no sin dificultades, pues incluso la autoridad eclesiástica se ve obligada a mediar entre la hermandad establecida en San Pedro el Real y las restantes corporaciones, alcanzándose un acuerdo en la fecha del 20 de marzo de 1660. En él, se establecía que la de San Diego podría seguir participando en la jornada del Viernes Santo siempre y cuando no afectase a los horarios de las demás hermandades:

“[…] se an juntado y concordado en esta manera en que la cofradía de San Diego y San Acacio aya de salir y salga el Viernes Santo por la tarde a las tres y media y la que se le sigue que es la de Nuestra Señora de la Soledad el dicho día a las quatro de la tarde y la de Nuestra Señora de las Angustias en el dicho día a las quatro y media de la tarde y la del Santo Sepulcro a la ora que quisiere por ser la última, teniendo obligación cada uno de los hermanos maiores que de presente son y adelante fueren, enviar espía para que tengan noticias de las salidas de cada una, con lo cual saldrá cada una a la ora que le toca sin perjuicio de la otra”.

Tras esto, sería recomendable reseñar el progreso de la Cofradía de San Diego a través del siglo XVIII, conociendo un antes y un después a partir de la década de los 40. En el primer período se produciría un trascendental dinamismo revelado por la gran capacidad de trabajo que se observa gracias a los proyectos emprendidos, pudiendo llamar la atención el dorado de retablo de la imagen titular de la hermandad, que realizaría Pedro de Cobaleda en 1708.

Sin embargo, esa época de esplendor tocaría a su fin a partir de 1740, comenzando lamentablemente una profunda crisis que solo se intensificaría posteriormente. Así constaba en el informe de las cofradías cordobesas redactado en 1771:

La 3.ª una hermandad aprobada por el Ordinario con título del Santo Christo de la Espiración, su hermano mayor Don Juan Garandal, celebra algunos años, aunque pocos, una fiesta exterior de Semana Santa en la que se gastan 2000 reales, los más de limosnas”.

Quedaba con ello corroborada una palpable decadencia que conduciría hasta una actividad mínima llamada a culminar alrededor del año 1780. Ese declive se acentuaría aún más, si esto fuese posible, en las primeras décadas del siglo XIX, a lo que habría sumar el agravante de la invasión francesa, ya que las tropas forzaron a los franciscanos a abandonar el convento. Los daños causados no quedaron ahí, pues los soldados que allí se acuartelaron no dudaron en destruir los documentos de la hermandad, que ya para entonces se limitaba a rendir culto al Santo Cristo con los donativos entregados por los devotos. Ese terrible contexto en el que el convento y la cofradía se ven inmersos serían plasmados por el rector de la parroquia a mediados del mes de octubre de 1819, explicándolo los hechos de la forma que sigue:

En el mismo Conbento se sirve la del Santísimo Cristo de Espiración y Nuestra Señora con título de la Estrella, cuyas dos imágenes, San Diego de Alcalá con la Cruz, San Juan y la Magdalena, son las que han salido en dicha cofradía, acostumbrando a salir el Viernes Santo por la tarde. Este hermano mayor, con motivo de no tener papeles ni muebles de la hermandad que destruyeron los franceses, no pueden decir quanto tiempo hace que salió, aunque le aseguran hace 40 años y por la misma causa no sabe a quánto ascendió su costo, no tiene fondos algunos y sólo se da el culto a esta capilla con las limosnas voluntarias de los fieles”.

Definitivamente – y exactamente igual que ocurriese con la Cofradía de la Pasión, de cuya historia ya nos hicimos eco en anteriores publicaciones de Gente de Paz – la trayectoria de la Cofradía de San Diego o del Cristo de la Expiración encontró su final con la publicación en 1820 del reglamento del obispo Pedro Antonio de Trevilla, en el que quedaban prohibidas las procesiones en la ciudad de San Rafael, condenando a muchas a una inminente desaparición.

Fotografías Hermandad de la Expiración




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