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sábado, 7 de enero de 2017

La Hermandad de la Vera Cruz y el Cristo de las Maravillas


Esther Mª Ojeda. Gracias a la conservación de ciertos documentos se pudo revelar que, durante los últimos años del siglo XV, existió en nuestra hermosa ciudad la advocación de la Vera Cruz. Así lo demostraba la ermita situada en el denominado Campo de San Antón, a su vez, fuera de la muralla que antiguamente cercaba Córdoba. No obstante, nada tiene esto que ver con la hermandad penitencial que, con el mismo título se asentaba en el convento Francisco entonces conocido como San Pedro el Real.

Por aquellos años, especialmente entre los años 1540 y 1550, las cofradías erigidas con el título de la Vera Cruz gozaban de una gran popularidad  en el seno de la diócesis cordobesa, fuertemente impulsadas por la orden franciscana. Esa divulgación comenzaba a extenderse en 1536, momento en el que el entonces papa, Paulo III, atendiendo a los requerimientos del cardenal Quiñones, tomó la determinación de conceder indulgencias a la Hermandad de la Vera Cruz de Toledo. Este sería tan solo el principio de las relaciones establecidas entre el dicho pontífice y la cofradía de ese nombre y en el caso de la corporación cordobesa, Paulo III se esforzaría desde 1538 por otorgar a estas gran cantidad de beneficios espirituales, tal y como se deduce del testimonio de Fray Alonso de Torres.

Así, la cofradía quedaría instalada en una amplia capilla del Convento de San Pedro el Real, donde también se conservaba la “Cruz Verde”, pieza que se sacaba con ocasión de los habituales autos de fe del Tribunal de la Inquisición. Además, allí mismo se rendía culto a un crucificado al que los vecinos profesaban una inmensa devoción, popularmente conocido con la advocación de Santo Cristo de las Maravillas. Ese fervor habría de reflejarse en la ingente cantidad de limosnas que tanto fieles como cofrades en general dejaban en el convento en muestra de agradecimiento por los milagros y favores que le eran atribuidos al crucificado.

Sin embargo, la mencionada capilla aún tenía capacidad suficiente para acoger en su interior la talla de Nuestra Señora del Milagro, nombre que se le da, como cabe suponer, con motivo de un milagro del que se la supone autora. De dicha dolorosa se sabe con certeza que fue realizada en Granada y era también objeto de devoción por parte del pueblo, llegando a realizar estación de penitencia en la jornada del Jueves Santo cordobés.

Dada la trascendencia que para la cofradía de San Pedro el Real tiene ese día, realizando una procesión de disciplinantes, se celebraba un cabildo extraordinario el Domingo de Ramos con la intención de organizar los preparativos pertinentes. El desfile procesional, como era natural, estaba formado por hermanos de luz – quienes portaban cirios con el distintivo de la cofradía en color verde – y los de sangre, quienes se azotaban con disciplinas. Se sabe que, al finalizar la estación de penitencia, estos últimos se curaban las heridas con vino y polvos de distintos componentes.

Hasta donde se tiene constancia, la mayoría de los miembros de la hermandad - concretamente más de las dos terceras partes – pertenecían al gremio de comerciantes o de artesanos, normalmente vinculados a la industria del cuero. Por lo general, estos disfrutaban de una posición privilegiada, con una buena economía y a menudo tomaban parte en el gobierno municipal como jurados si no se hallaban en posesión de una familiatura del Santo Oficio o incluso contaban con el beneficio de la hidalguía. También cabe destacar un reducido grupo de clérigos y religiosas del Convento de Santa Clara y miembros de la nobleza de famosos apellidos, como en el caso de Fernando Mesía de la Cerda.

Como dato reseñable, ya en aquel entonces la Cofradía de la Vera Cruz tenía en su poder un valioso patrimonio conformado, en gran parte, por donaciones de los propios hermanos de la corporación. Según los documentos encontrados, entre los años 1671 y 1673, la cofradía contaba con un olivar, dos hazas y un horno de pan así como ocho casas en diferentes barrios de Córdoba. Todo eso sin olvidar añadir a lo anterior siete censos, tres memorias y un juro.

Así y todo, y al igual que la mayor parte de las hermandades cordobesas, un alto porcentaje de los ingresos de la Cofradía de la Vera Cruz proceden de limosnas y de las cuotas que aportaban los propios hermanos. Asimismo, se distribuían por la ciudad hasta un total de 37 cepos recaudatorios amén de la mesa petitoria que se instalaba en las callas el Jueves Santo y las subastas por sacar los pasos.

En su día de salida, la corporación se ponía en la calle con hasta cuatro pasos, siendo estos los siguientes: la Santa Cruz, San Juan Evangelista, el Santo Cristo de las Maravillas y Nuestra Señora del Milagro. El cortejo penitencial se abría paso con una cruz de guía dorada con una pátina de color verde, de la que consta una restauración realizada en1673.

En aquellos años pretéritos, el Santo Cristo de las Maravillas lucía potencias de plata y hasta un palio de tafetán carmesí, llegando a estrenar unas portentosas andas doradas ejecutadas por Juan Fernández de Pineda y Alonso Gómez Caballero. De la intensa actividad llevada a cabo, los gastos se especificaban en las cuentas correspondientes desde 1690 a 1692. Posteriormente, ya en abril de 1694, el conjunto se enriquece nuevamente con unos nuevos remates de plata que “se le echaron a la cruz del santísimo Xpo”. De ese enriquecimiento se beneficiaría también la talla de San Juan en 1678, a quien se le añadiría una diadema de plata esmaltada con piedras de colores labrada por el orfebre Antonio de Heredia Marín.

Por su parte, Nuestra Señora del Milagro realiza su estación de penitencia sobre un paso con cuatro ángeles en las esquinas, los respectivos hachones dorados y bajo un palio con seis varales, confeccionado en tela de plata morada y carmesí con flecos y galón de oro. Entre las aportaciones que supuso el mandato del hermano mayor que desempeñó sus funciones entre 1675 y 1678, cabe resaltar el bordado del manto, con diseño de estrellas de hilo de plata y claveles de hilo de oro. Años más tarde, ya en el Jueves Santo de 1729, la dolorosa titular de la corporación estrenaría unas andas nuevas realizadas por el insigne Juan Prieto, doradas posteriormente por Pedro Francisco Blázquez.

Ambas imágenes titulares, la del Santo Cristo de las Maravillas y Nuestra Señora del Milagro, cuentan en sus desfiles procesionales con acompañamiento musical, tal y como se describe en las cuentas de la cofradía de 1672 y 1673:

“Yttem da por encargo doszientos y setenta reales que pareze de reziuo de Joseph de Rueda, ministril, aver lleuado él y sus compañeros  de dos cuadrillas que fueron cantando el Miserere en la prozessión de disciplina del Juebes Santo de los dos años de setenta y dos y setenta y tres”.

También gracias a las cuentas se han podido conocer las insignias de las que hacía gala la cofradía durante su recorrido procesional. A comienzos del siglo XVII los hermanos de la Hermandad de la Vera Cruz realizan un estandarte de damasco negro, bordado en oro y seda y, en los años 40 de ese mismo siglo, encargan uno nuevo de damasco leonado y negro que, sin embargo, sería reemplazado en 1694 por otro de “rasso carmesí bordados los estremos”. Durante la Semana Mayor de 1729, sería nuevamente renovado por uno estrenado en “damasco morado con sus escudos bordados, su flueco, bordones y borlas, su cruz y remates de bronze”.

El itinerario que la cofradía seguía para realizar su procesión del Jueves Santo partía, como es lógico, desde San Pedro el Real para seguir por la Calle de la Feria y el Arquillo de Calceteros hasta llegar a la Catedral. Desde allí, el trayecto de regreso comprendería la Calle Pedregosa, Plaza de la Compañía, Arco Real, El Salvador y Librería. Aunque como era habitual – y tal como ocurrió en 1691 y 1730 – la hermandad se ve obligada a cancelar la procesión por las inclemencias del tiempo e incluso por dificultades económicas, especialmente en el segundo cuarto del siglo XVIII.

Como parte de la vida de hermandad, la Cofradía de la Vera Cruz debe cumplir con las celebraciones de distintas fiestas religiosas en las que se decora la capilla de la corporación con sargas y otros elementos ornamentales. Asimismo, para dar mayor solemnidad a estos festejos, también suele participar en estos eventos capillas de música en los actos más relevantes de los cultos dedicados a los titulares. Los de mayor importancia salían ser los denominados como de la Invención y Exaltación de la Cruz, en las fechas del 3 de mayo y el 14 de septiembre respectivamente.

No sería hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando la hermandad comienza a sumirse en una profunda crisis. Los problemas de índole económica fuerzan a la cofradía a cancelar la estación de penitencia del Jueves Santo, produciéndose la última en la Semana Santa de 1788. Sin duda, la eliminación de los penitentes disciplinantes agravaría la crítica situación de la corporación, ya cercana a la desaparición.

No obstante, la hermandad de San Pedro el Real continuaría poniéndose en la calle de forma puntual, aunque después de 1802 deja definitivamente de hacerlo al encontrarse “sin fondos, aún para el preciso culto”. Además, un informe fechado en 1819 afirma que la corporación “con motivo de la destrucción de la capilla por los franceses, está en suma decadencia, ya por los gastos hechos para reedificación quanto por los pocos hermanos que le han quedado”.

Finalmente, la Hermandad de la Vera Cruz empezaría a extinguirse poco con la supresión de la estación de penitencia en 1820 hasta caer en el más absoluto olvido con el peso que siempre tiene el transcurso del tiempo.

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