Frente al paso de Nuestro Señor, frente al de su bendita Madre, pudiera sonar –llegando a Capuchinos- la Salve imperecedera del Miércoles Santo o la letanía inmortal –desde la Compañía hasta la Catedral- de un Viernes Santo casi pretérito. Más allá de las pupilas, la mirada no era un rito casual, aprendido, sino un afán que iba más allá del instante efímero, de los años recorridos entre olor a cera siempre lenta, siempre ardida, del sonido de la plata contra la madera cuando –un momento antes del golpe de llamador-, el capataz y la ciudad contenían la respiración y estallaban al unísono en una primavera que estallaba y fue dando forma a la Semana Santa que ahora conocemos gracias a unas manos fuertes, a una sonrisa siempre franca, a hombres como Rafael Muñoz Serrano.
“Tercera trabajadera en aquella cuadrilla de veinticinco costaleros que ensayaba, desde noviembre, por la noche de los viernes, con parada fija en El Pisto. Fue aquella cuadrilla que Rafael Muñoz Serrano, El Niño Muñoz, creyó por un momento que era de ángeles y la mandó sacando el pañuelo blanco que lucía en la chaqueta, guiándola en una sucesión de naturales en cada esquina y terminando con un remate de pecho a la entrada de la iglesia, como si de repente en la memoria del capataz apareciera la figura del rey David danzando ante el Arca de Alianza.”
Muchos años después, el 8 de diciembre de 2004, la trabajadera era la sexta y el paso engalanaba la silueta de la Purísima 150 años de la proclamación de su Dogma. Bajo el Arco de las Bendiciones, El Niño Muñoz retomó el martillo recordado de su cofradía del Santo Sepulcro. La respiración volvió a contenerse en un solo instante, en una sola llamada que desafiaba al tiempo, a su decreto implacable. La Hermandad de la Inmaculada Concepción siempre llevará impresa en su particular historia su nombre, quienes tuvimos la suerte de conocerlo siempre sabremos que nuestra Semana Santa siempre tendrá una parte indispensable de él.
Recordatorio Capataz de Capataces
