Llegó a los brazos de su Madre, y ella le consoló de su dolor, le dio el calor y la protección del terrenal daño.
Sobre su seno quedó dormido como un ángel blanco, cubierto por la sonrisa de una reina, soñó con levantar a modo de palio el estrellado cielo de Córdoba, y con esas tres palabras mágicas que llenaron el sueño de nuestra ciudad entera, gritó con fuerza por última vez… “¡Costalero a la esta es!”.
Y la Cruz que normalmente es quebranto, se transformó en consuelo y tu voz Rafael en pañuelo para limpiarle las lagrimas a la Reina de los cielos.
Descansa en Paz, padre mío
Recordatorio Capataz de Capataces