Las cofradías muestran su tesoro más preciado en un ambiente de devoción desde la salida de los primeros pasos de sus templos.
Fe. auténtica fe. Sencilla y popular, del pueblo y para el pueblo. Eso es lo que se vivió ayer alrededor del Vía Crucis Magno de la Fe. Una espectacular catequesis plástica donde las cofradías mostraron su tesoro más preciado, la Fe, con imágenes unas de siglos otras años pero todas cargadas de plegarias y de promesas cumplida. En resumen auténticos relicarios de un don tan preciado como la fe.
Una devoción que estuvo palpable desde primeras horas de la tarde cuando cientos de personas acompañaron a las cofradías más tempranas, Merced y Estrella. Una vez más, sus barrios estuvieron con ellas. Poco a poco, la ciudad se iba poblando de pasos y para las siete de la tarde el público no sabía dónde acudir con más de la mitad de las cofradías en la calle.
Con mucho calor y cada vez más gente, Nuestra Señora Reina de los Mártires llegaba a la Puerta del Puente a los sones de la marcha Mater Mea , sencillamente impresionante. La dolorosa de la hermandad de la Buena Muerte sorprendió con un exquisito adorno floral de rosas blancas y sobre todo por la disposición de la cera, donde se pudo ver casi veinticinco años después la cera rizá. La Virgen caminó hasta el obispo de la diócesis y el presidente de la Agrupación de Cofradía, quienes ofrendaron a la imagen con un tributo de cera y flor en honor de los mártires cordobeses.
Tras solucionar el pequeño incidente provocado por la ingente muchedumbre que se congregó en la calle de la Feria y que retardó la llegada de algunas cofradías al recorrido común y, por ende, el comienzo del Vía Crucis, la rotunda voz del cofrade Fermín Pérez leía la primera estación. En ese momento, el Señor de la Oración en el Huerto estaba ya enmarcado en la Puerta del Puente. Para esta ocasión, la imagen fue toda vestida de blanco, al igual que el Angel, prescindiendo de cualquier tipo de bordado como se puede ver en Semana Santa. El exorno floral, a base de pequeña flor morada y uno bouquet de rosas rojas. A lo sones de la música de capilla, como la que acompañó a todos los pasos durante el rezo del Vía Crucis, el Señor orante caminaba hacia el interior de la Catedral.
Como en una secuencia cinematográfica, la imagen reforzaba la palabra, Jesús es arrestado, decía la voz y en la plástica cofrade las poderosas manos del Nazareno Rescatado. Un auténtico manantial de Fe. El Señor lució, demasiado austero, con túnica lisa sobre un monte de flor morada con relleno de helecho. Y de nuevo la música de capilla perdona a tu pueblo Señor , mientras ya se anunciaba la tercera estación y Jesús de las Penas avanzaba a los sones de un quinteto de viento. Clavel rojo y rosas del mismo color. Costaba trabajo ver al Gitano con tanta sobriedad. Mientras Jesús de la Penas ya avanzaba por Torrijos, Jesús de la Redención ya estaba enmarcado en la Puerta del Puente. El titular de la hermandad de la Estrella, exornado de clavel rojo, se dirigía al interior de la Catedral. Tras él, la cruz de guía y el impecable cortejo de la hermandad de la Sentencia, quinta estación, que avanzaba solemnemente con los muros de la Catedral como dorado telón de fondo.
No se oía nada. El público se mantenía atento viendo esta sagrada escenificación de la Pasión, este teatro popular donde los actores fueron estas devociones tan cercanas y el público demostró el respeto levantándose ante su paso y rezando en voz alta cada uno de los padrenuestros que siguieron a cada esta
De nuevo la ronca voz de Fermín Pérez rompía ese silencio para recibir a Jesús de la Coronación de Espinas, que representó la sexta estación. El titular de la hermandad de la Merced sorprendió con una clámide que le tapaba parte del cuerpo dándole más fuerza al relato evangélico que representa. Reforzado aún más con un friso de clavel morado rodeado de espinas que conformaba el exorno floral.
Tras él Jesús de la Pasión, séptima estación, el Señor de los Hortelanos caminó sobre un monte de static morado. Y también fue morado parte del exorno de Jesús Caído, el Señor de los toreros, encargado de representar la octava estación, que lució fiel a su clásica estampa de siglos.
Y de hermandad de solera a otra más jovencita como la hermandad de la Santa Faz, encargada de representar la novena estación. El Señor entró con un cortejo en su mayoría de jóvenes cofrades. En lo que respecta al paso, lució exornado con la exquisitez que acostumbra en los últimos años.
Y mientras el paso de caoba de Nuestro Padre Jesús de la Santa Faz se perdía por la calle Torrijos, un ascua de luz se abría en la Puerta del Puente, la voz señalaba la décima estación, y ante nuestros ojos quedaba enmarcado el paso de misterio de la cofradía de la Paz exornado con clavel rojo y con túnica color berenjena bordada en oro fino. Jesús de la Humildad caminaba a lo sones de la música de capilla, reposado, reservándose para volver a dejarnos el sabor a cofradía en enclaves como los románticos jardines de la Merced, donde llegó bien entrada la madrugada.
Y de este gran misterio al menudo paso del Cristo del Amor, menudo en tamaño pero grande en fe y devoción la que le profesa su barrio que ayer le acompañó hasta la Cruz del Rastro. Como novedad después de casi cuarenta años el misterio fue acompañado por los ladrones para representar la décimo primera estación. Siguiendo a este pasaje llegaba el Cristo de la Expiración para representar la décimo segunda estación, el Cristo de San Pablo lució el faldón frontal bordado por Antonio Villar.
Si como hemos indicado el acto se vivió con total recogimiento este se elevó al aparecer en escena el Cristo del Remedio de Animas. El Crucificado de San Lorenzo fue sobre un original calvario. El Remedio de Animas fiel a su estampa caminaba a los sones de la voz de sus hermanos que entonaban el Stabat Mater dolorosa .
Tras la muerte de Cristo tan bien representado por Animas, de nuevo la voz leía la decimocuarta estación, en una correlación de imágenes que como fotogramas nos mostraron el Descendimiento, traído desde el Campo de la Verdad, el paso lució exornado con clavel rojo y con el gusto que acompaña a este misterio en los últimos años. Le seguía la Virgen de las Angustias, de quien de nuevo no dejó a nadie indiferente la obra cumbre de Juan Mesa levantó más de un elogio sobre todo a todos aquellos que la veían por primera vez. Y cerrando estas secuencias el Santo Sepulcro, el dorado catafalco que desde la Compañía cerraba, como en años ya perteneciente a otras épocas, la procesión oficial del Viernes santo.
Como broche de oro a este magna procesión el Resucitado, el Señor de Santa Marina que lució de forma extraordinaria con una sábana sobre el brazo y exornado con flor blanca.
Tras el Vía Crucis todos los pasos se adentraron en la Catedral dejando una estampa par el recuerdo de los que muy pocos privilegiados pudieron disfrutar. Tras un acto de adoración al Santísimo las cofradías retornaron a sus templos, al cierre de esta edición las calles seguían aún en las calles.