Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: “Tomad, comed, éste es mi cuerpo”. Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: “Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de
Vienes para cambiarlo todo, para enseñarnos que tu Padre es nuestro Padre y que la Paz es tu revolución. Pero cumples la ley porque tu resistencia implica respeto al prójimo. Llegas vestido con la túnica de la insurrección para alterar lo establecido, pero sin destruir, sin obligar, sino explicando, mostrando, enseñando… como maestro, no como guerrero… ¡qué distinto tu proceder a los de otros profetas que con sangre impusieron y continúan imponiendo su minúscula verdad a la humanidad!. ¡Qué diferente al de los que preñaron de espadas y hogueras de muerte los rincones del planeta en nombre de la fe!. Tú cumples la ley judía concibiendo una nueva relación con Dios, de Padre a hijo y de hijo a Padre… de luz, libertad, humildad, misericordia y respeto, aunque el hombre que te rodea no te comprenda en multitud de ocasiones. Y levantas la copa y ofreces el pan… como símbolo de esa nueva Alianza; como metáfora de la Comunión con el Creador Amantísimo que nos protege, nos quiere y nos abraza como un Padre de Bondad y no como el justiciero que profetizaron nuestros ancestros. Este es tu mayor regalo… gritar a los cuatro vientos que Dios es Amor...
Como
la ley ordenaba
cumplió
la pascua judía,
los
doce le acompañaban
sin
saber qué acontecía.
Y
en esta hora sagrada
instauró
la eucaristía,
su
palabra atesoraba
Camino, Verdad y Vida.
Y
el Pan y el Vino,
dando
gracias al Padre
en
aquel momento divino,
en
su Cuerpo y en su Sangre
fueron
convertidos.
Guillermo Rodríguez