Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido
crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no
le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado
con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. Jn 19 32-34
El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto
y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: "¡Verdaderamente,
este era Hijo de Dios!" Mt 27 54
A lomos de la indiferencia, envuelto en el manto de la impunidad que
mana del venero de la injusticia, se aproximó Longinos, el centurión del
Imperio, a tu cuerpo masacrado y yerto atravesando con su lanza tu bendito
costado para comprobar que tu muerte se había consumado. Y repentinamente, como
únicamente el Cielo podría explicar, la profanación se convirtió en milagro y
su corazón de roca en una metamorfosis de gloria en rosa de luz y de fe. Y en
aquél preciso instante descubrió tu Divinidad.
Dichoso aquél que descubre la Verdad entre la penumbra de los días.
Dichoso el que encuentra el perdón en los recovecos de la desdicha. Dichoso el
que supera las dudas del palpitar cotidiano. Dichoso el que no precisa
introducir el dedo en la herida para conocer al Creador del Cielo y la tierra, y para saber que Dios
es Amor y Vida. Dichoso el que pronuncia el verbo divino que lleva escrito el
pergamino del alma… y el que encuentra la Salvación huyendo para siempre del
abismo del llanto.
Jesús Nazareno,
Rey de los Judíos,
Forjador del Tiempo,
Hombre incomprendido,
Verso de los Cielos,
de la Paz Cautivo,
Fe, Verdad y Anhelo
que vence al olvido.
En verdad era el Hijo de Dios,
que vino a salvarnos
con su mensaje de Amor,
hiriendo el mal y el pecado,
con la flecha del Perdón.
Guillermo Rodríguez