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sábado, 12 de julio de 2014

Hemeroteca: La "foto de la vergüenza" y la Magna Mariana


Corría el mes de junio del año 2009 y en el trayecto de la procesión del Corpus se anunciaba ya la Coronación de la Virgen del Carmen de San Cayetano. 

En esta época que se prepara para una Magna Mariana con las Vírgenes coronadas de la diócesis, les reproducimos un artículo publicado en ABC Córdoba el 18/06/2009. El texto, en nuestra opinión gratuitamente hiriente contra una corporación que tanto está haciendo por nuestras Glorias, habla por si solo, no pierdan detalle:

Era una foto que parecía un montaje, como un collage con estampas sacadas de contexto, como un puzzle con piezas que no terminaban de encajar. No parecía posible que en el mismo encuadre estuvieran lo más sublime y lo más chabacano, las obras de los genios más claros y las de las mentes más perezosas y acomodadas, el arte con la tierna emotividad del kitsch, lo más hermoso con lo más cutre, pero así son las fotos de contrastes imposibles que tanto le gusta hacer a Valerio Merino.

Se publicó el lunes pasado en la página 39 de este periódico y no había en ella ningún truco ni montaje. Cuando la vi pensé de inmediato en dejarla fuera por la descarnada obscenidad intelectual que transpiraba, pero después caí en la cuenta de que por más que me doliera pocas imágenes podían resumir mejor una ciudad y una forma de ser.

En ella está visible y latente la Córdoba que fue y se resiste a morir del todo, austera y digna, mientras la degeneración la cerca con su rostro de sonrisa opulenta y autosatisfecha. En la imagen se ve la procesión del Corpus Christi tal y como es ahora. El cristiano mirará primero al Santísimo Sacramento en la catedral gótica de plata en la que recorre la ciudad y pensará con toda la razón que es lo más importante, pero el que además sabe que la fe y la religión se han inculturado de los valores y de la forma de ser de la sociedad en la que viven encontrará el vigor de la tradición, la alabanza de la plata y las manos privilegiadas que la labraron como el mejor cántico sacramental. Y ya que la custodia está en la calle Blanco Belmonte, se presiente la austeridad blanca y mística de la Judería y la callada poesía de la Catedral donde todo nace.

El resto es mucho menos grato. En primera fila, como si estuvieran echando una serenata a una muchacha en camisón, dos personas rompen el cortejo y entonan con guitarras una de esas canciones con las que los curas sepultaron ufanos la rica tradición de música religiosa para llenar la liturgia de piezas ramplonas que mudan el sagrado misterio místico de las iglesias por el ambiente de un almuerzo en el campo o de una excursión.
 
Lo peor es que uno de ellos lleva el mismo hábito que honró San Juan de la Cruz, canta al lado de la noble clausura de Santa Ana y obliga a preguntarse qué coronación de flores a la hawaiana nos espera en 2012. La foto no lo cuenta, pero en ella vive también el estruendo de cornetas y botas militares detrás del Santísimo mientras una banda de música con excelente criterio tiene que ir delante, el recuerdo de la megafonía que nadie escuchaba, la falta de criterio y el olvido de la tradición, la cicatería del romero y de la juncia, las anditas artesanales para sostener la genialidad de Enrique de Arfe y de Damián de Castro, la claudicación indigna de hacerlo en domingo y no en jueves y de renunciar al recorrido tradicional.
 
Como fondo, la casa en la que nació el Duque de Rivas está pintada de verde y con árboles de toque naïf, disfrazada por algún artista con poco talento y mucho dinero público como si fuera el mural de un jardín de infancia, y eso en plena puerta de entrada al casco histórico que todavía, hasta que alguien se lo acabe de cargar, es Patrimonio de la Humanidad.
 
Alguien dirá que tanta vulgaridad y tanta ignorancia es culpa de políticos y clérigos, pero viendo que otras ciudades menos bellas con custodias menos extraordinarias han conservado sus tradiciones del día del Señor, yo tendré que pensar que es la apatía, la indiferencia y el conformismo de los cordobeses el que ha consentido que un año tras otro siempre haya algo por lo que pasar vergüenza en el Corpus.



  




 

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