Blas Jesús Muñoz. La ciudad se vestía de fiesta, de ilusión en la víspera moteada por la expectativa. Los niños jugaban alrededor del caballo, como el hijo de Juan, como mi amigo Paco Román -cuando aun el tiempo caprichoso, apenas intuía que nos uniría en uno de sus cruces-, mientras el semblante de don Pacífico se dejaría caer sobre una foto, en blanco y negro, que trascendería a los años que, una noche de Cuaresma, alrededor de una copa de vino, nos la volvería a traer.
Era la ciudad de aquellos salesianos, del gobierno seguro de los Sáez, de los Cruz-Conde, del primer atisbo de Catedral... Era la Córdoba en que el Prendimiento daba sus primeros pasos, donde Cerrillo hacía de su tesón ganas, de sus ganas realidad, de aquella realidad el cielo ganado en imágenes como la da la Virgen de la Piedad. Era una ciudad fotografiada por Ricardo en blanco y negro -ni mejor ni peor-, quizá más vibrante, mas era la que tocaba vivir a sus moradores.
Era una ciudad que al paso de aquella hermandad se vestía de azul y plata, con los colores mismos de la fiesta que supone entender las cofradías como un medio de fe, la fe que se duele, pero que también se expresa en amor y en vítores, pues es una alegría, porque es un tesoro. Un presente que, desde los Salesianos se ofrecía a Córdoba en los rostros sobrevenidos a los días del Señor del Prendimiento, de la Virgen de la Piedad.
Recordatorio Entre la ciudad y el Incienso: Ángeles del Císter