Blas Jesús Muñoz. Fue el principio y el fin durante aquel exilio forzoso. El origen y el destino vestido de noches de Miércoles Santo que sucumben como las notas cuarteadas de un libreto, amarillento con los acordes que no sonaban sobre el pentagrama desde hacía demasiado. San Pedro entrego su paso a la Catedral que, más tarde se los devolvería con la caricia nostálgica de miles de tardes de abril.
La noche traía una saeta, una marcha, un cortejo firme sobre el que afianzar el paso de los días. Un acervo de maneras distintas, de detalles trazados con el mimo con que se atesora un legado. Cualquier fotografía no necesitaría el paso de los años para comprender que -el Señor sobre la Cruz, sus nazarenos, su emblema-, son parte del pretérito de la fe, del porvenir que trae consigo la esperanza depositada.
Después, quién sabe si antes, el paso del Cristo de la Misericordia se adentraba por Lineros, por la Plaza Grande, en paralelo a los muros acuñados de Santa Victoria. Los años de la Catedral, los que forjaron su regreso a la Basílica Menor. Todo para descubrir a la ciudad su historia en la inagen misma del Cristo de la Misericordia.
Recordatorio Entre la Ciudad y el Incienso: Lo efímero
