Esther Mª Ojeda. Nadie a día de hoy dudaría un solo instante sobre la antigüedad de la Hermandad del Nazareno que, aunque encuentra sus antecedentes una cofradía anterior bajo la misma advocación de Jesús Nazareno en el siglo XV que desaparecería posteriormente, los verdaderos orígenes de la actual corporación datan del siglo XVI. Eran los comienzos de una hermandad de carácter tanto penitencial como asistencial que exigía a sus miembros una cierta cantidad de virtudes morales así como cumplir con la rigurosa norma que hacía de la limpieza de sangre una condición fundamental.
Con estas peculiaridades, la cofradía se adentraba en un siglo XVII que le tenía preparado verdaderos períodos de esplendor y auge – en el que incluso se pudieron incorporar las imágenes de la Magdalena y la Verónica a una estación de penitencia de la que ya formaban parte Jesús Nazareno, San Juan y la dolorosa – sin duda ayudados por el gran número de aristócratas que habían pasado a ser miembros de la corporación y en general, por su abultada nómina de hermanos. Pero a pesar de lo dicho anteriormente y como cualquier otra hermandad, la del Nazareno también hubo de enfrentarse a sus propias crisis durante el siglo XVIII aunque, así y todo, la tradición devocional que había suscitado la talla del Señor nunca llegó a perderse.
Aunque en la actualidad sea imposible imaginarse al Nazareno – que parece evocar el silencio entre el que habitualmente se mueve con su sola expresión – desvinculado de la hermandad a la que Él da nombre, lo cierto es que, de acuerdo con una antigua tradición oral conservada en los documentos del inventario de bienes de la cofradía de 1728 se recogía que “la dicha santa ymagen estaba en dicha yglesia y hospital antes que se fundara dicha cofradía y que dicha santa ymagen era de el paso de la Columna, como se verifica de el mismo santo cuerpo, y después la apropiaron al paso de la Santa Cruz a cuestas”.
Se trata indudablemente de un testimonio sorprendente para muchos sobre el que, al menos hasta la fecha, nadie podría asegurar que dicha modificación de la iconografía se hubiese producido. Sin embargo, en el caso de que la historia relatada a lo largo de los siglos fuese, en efecto, fiel a los hechos que acaecieran en aquellos tiempos pretéritos, debió ser imprescindible una corrección de la anatomía del Señor para adaptar la supuesta escena de la flagelación a la de Cristo con la cruz a cuestas, hasta el punto de quedar en perfecto equilibrio con el resto de su fisonomía sin que nada haga sospechar al espectador sobre ese posible pasado del Nazareno.
Con una alteración tan magistral como la que cabe suponer, la antigua imagen del Señor – cuya ejecución se remonta al siglo XVI de acuerdo a los estudios realizados – quedaría colocada en la postura que se presupone idónea, de modo que tanto los brazos como los dedos estarían colocados para poder agarrar la cruz con la naturalidad y el realismo propios de la talla de un nazareno. Asimismo y sin restar un ápice de credibilidad a la hipótesis de que el titular de la cofradía fuese primitivamente un amarrado, la restauración de la imagen que en el año 1978 realizaran Andrés Valverde, Juan Reyes y Enrique Hinojosa, reveló que la característica y llamativa corona de espinas del Nazareno había sido tallada unida a la mascarilla. Esto podría hacer replantearse la verosimilitud de la imagen del Señor como hipotético flagelado de no ser porque otras obras de mayor antigüedad como la atribuida a Pedro Millán expuesta en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, nos muestran a Jesús ya coronado de espinas, invirtiendo el orden cronológico establecido por los Evangelios.
Así, la corpulenta anatomía del Nazareno de autoría desconocida – que algunos han llegado a atribuir a Andrés de Ocampo y otros a Pablo de Rojas – parece permanecer inmóvil, tal vez vaticinando una caída, manteniendo una posición de clara influencia manierista, evidenciada por la forzada contraposición existente entre la inclinación y el giro del cuerpo.
Asimismo y como ya adelantábamos antes, otro de los misterios que rodean al discreto Nazareno, de gesto pacífico e imperturbable es la identidad del que fuese su autor, pues a las mencionadas hipótesis que jugaban con los nombres de Andrés de Ocampo – teoría encabezada por Francisco Zueras – y Pablo de Rojas, hay que añadir la sostenida por Alberto Villar, atribuyendo la antigua imagen a Matías Conrado. Muchos son también los que, no sin motivo, han visto patentes semejanzas entre el Nazareno y el Cristo yacente de Sanlúcar de Barrameda – realizado entre 1580 y 1586 o 1575 y 1585, dependiendo de las fuentes, siendo en cualquier caso poco tiempo después de la fundación de la cofradía cordobesa –, el cual ha sido atribuido en numerosas ocasiones a Gaspar Núñez Delgado y presentando una serie de rasgos comunes que incluyen la característica boca, pequeña y entreabierta, la nariz larga y afilada, y las inusuales cejas, finas y arqueadas.