Esther Mª Ojeda. Aunque actualmente muchos imagineros se han encargado personalmente de concienciar al colectivo cofrade de la necesidad de no dejar más huella alguna en una imagen que la de la rehabilitación de esta durante un proceso de restauración, otorgando absoluta prioridad a la conservación de la talla tal y como fue concebida por su autor en el momento de su realización, lo que debería ser una norma incuestionable no ha sido considerada como tal a lo largo del tiempo. A menudo, esta forma de actuar nos ha dejado en herencia obras de indudable belleza pero muy alejadas del que fuera su aspecto original.
Quizá unas de las restauraciones más comentadas de la Córdoba cofrade hayan sido las distintas a las que se ha ido viendo sometida María Santísima Reina de Nuestra Alegría, pues aunque a día de hoy su aspecto nos encaje perfectamente en el patrón que parece haber caracterizado las obras marianas del recordado Juan Martínez Cerrillo, la alegre Virgen que el imaginero cordobés tallase para la Hermandad del Resucitado no lo parecía tanto en un primer momento.
Tal y como puede apreciarse en la fotografía que encabeza este artículo, podemos ver a la titular de la corporación de Santa Marina con un gesto considerablemente más triste que al que nos tiene acostumbrados. Aun con la boca entreabierta, sus labios eran más gruesos de lo que lo son ahora y, desde luego, en ellos no había aún ni rastro de la sonrisa con la que la Santísima Virgen clausura la Semana Santa cordobesa año tras año. Asimismo, resultan también llamativas en Ella tanto sus cejas – más arqueadas, dando lugar a un ceño ligeramente más fruncido – como su nariz, más larga que en el presente. Además, a la vista de dicha fotografía, la cual será seguro una gran desconocida para muchos cofrades, sería sin duda un error pasar por alto el mechón de pelo ondulado, que se deduce suelto y que la toca de sobremanto no logró ocultar en ese instante.
Como es evidente, la instantánea fue tomada antes de que la imagen debiese ser restaurada por primera vez. Fue el propio autor el primero en modificar a la hermosa titular del Resucitado, realizando en esa intervención sustanciales cambios reflejados tanto en la policromía como en los rasgos de la Santísima Virgen. Después, ya en 1993 se produjo una restauración, llevada a cabo por Juan Manuel Miñarro López, cuyo resultado tampoco dejó indiferente a nadie al tratarse de una labor tan exhaustiva como el “levantado de la policromía, estucado y nueva policromía del rostro y manos y modificación de la inclinación del candelero fundamentalmente”.
Tan solo cinco años más tarde, la Virgen de la Alegría volvió a convertirse una vez más en objeto de una restauración, esta vez acometida por Antonio Bernal Redondo, con el propósito de darle al rosto de la imagen una nueva policromía que pretendía devolverle la expresividad de la que le dotara en su día Juan Martínez Cerrillo.
Por otra parte, la imagen de Nuestro Padre Jesús del Buen Suceso – obra anónima del siglo XVII, aunque a menudo atribuida a la escuela de Pedro Roldán – tampoco ha estado exenta de alteraciones más que palpables a lo largo de la historia, hecho que algunos argumentan para enfatizar en la dificultad de asociarlo a su autor con mayor fiabilidad.
Así las cosas y hasta donde ha sido posible saber, el dulce nazareno que años ha residiese en la Iglesia de la Magdalena, hubo de pasar por las manos de algunos de nuestros más ilustres imagineros – según la propia hermandad tras haber pasado por muy difíciles vicisitudes desde su realización a finales del siglo XVII – habiendo sido confiado en primer lugar al Antonio Castillo Ariza en el año 1972, por Juan Martínez Cerrillo en 1973 y 1978 y finalmente por Antonio Bernal Redondo y Francisco Romero Zafra en 1998.
Gracias a esas intervenciones y a la fotografía que ilustra estas líneas, resulta tremendamente sencillo hacer una valoración de las modificaciones que ha ido experimentando en titular de la cofradía del Martes Santo. En Él y para quien tenga presente sus facciones actuales, en dicha imagen se puede distinguir con toda claridad una mirada más elevada y la evidente ausencia de esa inclinación de la cabeza hacia el lado izquierdo, que tanta dulzura otorga a Nuestro Padre Jesús del Buen Suceso. Igualmente manifiesto resulta el tallado del pelo, al que se le ha ido dando una mayor profundidad y realismo, añadiendo incluso los típicos mechones que parecen caer como consecuencia de esa inclinación anteriormente mencionada.
Otro sorprendente y consabido ejemplo lo protagoniza María Santísima de la Amargura, realizada por el cordobés José Callejón en 1942 a instancias de la hermandad de la que es titular, pues como bien es sabido, la corporación deseaba tener una dolorosa que acompañase a Jesús Rescatado en la estación de penitencia.
Sin embargo, aquella Virgen de la Amargura poco tiene que ver con la que todos tenemos en nuestras mentes, pues el rostro de la original de Callejón, como podemos observar, se caracterizaba por un mayor dramatismo y fuerza expresiva. Por aquel entonces, la Santísima Virgen aún no había inclinado ligeramente su cabeza tal y como lo hace a día de hoy, alzaba su mirada al cielo y entreabría la boca dejando ver unos dientes que en la actualidad han desaparecido. En la estética con la que María Santísima de la Amargura se presentaba en el instante de la fotografía, cabe también destacar de un modo especial los pendientes así como el pelo suelto tallado, visible por entre los encajes que pretendían cubrirlo.
Sería en 1966 cuando las gubias de Cerrillo le realizarían la profunda reforma con la que el gesto se suavizaría definitivamente y que pasaría por cambiar la dirección de la mirada. Aquel trabajo, se vería de nuevo reforzado gracias a la destreza de Antonio Bernal Redondo y Francisco Romero Zafra, quienes en 1999 retocarían la policromía de la imagen además de otros factores fundamentales como la estructura de la talla, devolviéndola así a su máximo esplendor.