De pronto, sin saber de dónde, una mujer abriendo paso entre el gentío, ahora jauría, ahora dolor penitente, se acerca a tu Majestad para limpiar tu semblante con el lienzo de sus oraciones… ¡quién pudiera borrar tu martirio como se difuminan los regueros de sangre que se derraman por tu frente!… ¡quién pudiera alejarte de todo el sufrimiento inhumano que atormenta tu cuerpo dolorido!... ¡quien pudiera arrojar el contenido de este cáliz de muerte al sumidero del olvido!… ¡quién pudiera convertir este atronador caos en silencio celestial… y en Paz!…
Echaste la rodilla a tierra
por la Cruz que has de llevar
¿qué Misterio es el que encierra
tu Bendita Voluntad?
Sangre sudas Padre Mío
empañando tu mirada
por el destino sombrío
que la suerte te depara
un Calvario inmerecido
Tu Rostro vino a secar
Verónica de entre la gente
y a cambio le quisiste regalar
como un tesoro para siempre
tu Divina y Santa Faz.
Guillermo Rodríguez
Recordatorio La Crónica: La luna fue testigo